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Nació en Madrid, el 3 de agosto de 1944. Estudió el bachillerato francés (Bacc. Mathématiques Élémentaires) y español (PREU de Ciencias) en el Liceo Francés de Madrid, y cursó estudios de Ciencias Físicas, especialidad de Física del Cosmos, en la Universidad Complutense de Madrid. Perteneció como funcionario de carrera al Servicio Meteorológico Nacional (Ministerio del Aire) entre 1969 y 1975.
Como profesional de la comunicación, su actividad se ha centrado desde 1970 en el periodismo y la divulgación científica, en prensa escrita, radio, televisión y museos interactivos. Entre 1970 y 1979 fue redactor científico del diario INFORMACIONES de Madrid. A partir de 1980 dirigió y presentó diversos programas culturales y científicos en TVE, donde trabajaba como redactor científico y “hombre del tiempo” desde 1971. Fue asimismo redactor científico del diario EL PAÍS en 1980-1981. Participó en el lanzamiento de la revista MUY INTERESANTE en 1981, y en 1983 fundó la revista científica CONOCER, que dirigió hasta 1988. Desde entonces, ha trabajado en la producción de vídeos y programas televisivos de divulgación científica, y en el diseño conceptual de exposiciones y museos interactivos de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente. Mantiene asimismo desde 1980 espacios frecuentes sobre temas de actualidad científica en diversas emisoras de radio, y colabora habitualmente en diarios y revistas. Es conferenciante asiduo por toda España, con cerca de un centenar de intervenciones cada año. Profesor de periodismo científico del Master de Periodismo de la Universidad Autónoma UAM-EL PAÍS y del Instituto Español de la Energía. Ha sido Director del Museo Interactivo de la Ciencia ACCIONA (1995-1996), en Madrid, y del Museo de la Ciencia de la Fundación La Caixa, en Alcobendas (Madrid) (1997-1999). Desde septiembre de 1999 fue Director del Museo de las Ciencias Príncipe Felipe de Valencia y actualmente es Director Científico de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia.
Es Miembro de la Asociación Española de Comunicación Científica (y representante español en EUSJA, Unión Europea de Asociaciones de Periodismo Científico), Miembro de la Junta Directiva de ECSITE (Asociación Europea de Museos de Ciencia y Tecnología), Presidente de Honor de la Asociación Cultural Hispano- Francesa Saint-Exupéry, Socio Fundador del Club Español de la Energía, del Club Español de los Residuos, de la Sociedad Micológica de Madrid y de la Asociación Meteorológica Española, Académico Fundador de la Academia de las Ciencias y las Artes de Televisión de España, y “Magister ad Honorem” de la Escuela Superior de Informática.
Ha escrito 32 libros de divulgación; los últimos han sido “Meteorología popular” (1988, Ed. El Observatorio), “El libro de las setas” (1989, Alianza), “Tiempo y clima” (1990, Salvat), “El clima” (1993, Orbis), “El desierto invade España” (1994, Instituto de Estudios Económicos), “Astrología: ¿ciencia o creencia?” (1995), y Micromegas: del dinosaurio amaestrado al agujero de ozono” (1996), ambos en McGraw-Hill, “Medio ambiente, alerta verde” (1997, Acento Editorial, junto con Francisco Tapia), “El colesterol” (1998, Acento Editorial), “El futuro que viene” (1999) e “Hijos de las estrellas” (2000), ambos en Temas de Hoy, y recientemente, “El clima, calentamiento global y futuro del planeta”, en la Editorial Debate (2006, Random House Mondadori), “El mito de la inmortalidad”, junto a Bernat Soria, en la Editorial Espejo de Tinta (2007), y “Confieso que he comido (mis memorias metabólicas)”, en la editorial Le-pourquoi-pas (2008).
Ha recibido, entre otros, el Premio de Periodismo Científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), el Premio de Vídeos de Divulgación Científica de la Casa de las Ciencias (La Coruña), el premio SIMO a la divulgación científica en televisión, el Premio al Fomento del Ahorro energético (Ministerio de Industria), la “Medalla de Honor al Fomento de la Invención” (Fundación García Cabrerizo) y el Premio Prisma 2004 a toda una trayectoria de divulgación, del Ayuntamiento de La Coruña.
“La Ciencia no es más que el resultado de la curiosidad humana” “Es difícil resumir 41 años de vida profesional. Quizá lo esencial sea mi dedicación permanente a la comunicación, casi siempre centrada en el campo de la Ciencia, la Tecnología y el Medio Ambiente. Mi previa formación científica como físico sin duda me ayudó a ello, al menos al principio...”
¿Fue la tenacidad o la suerte la que llevó a
un físico a ocuparse de la meteorología en la
televisión y ser el hombre más conocido y reconocido
del momento?
La meteorología es la física del aire y por
tanto, llegar a eso era una consecuencia lógica,
una posibilidad más, a la hora de buscar
trabajo. Contarlo en televisión requería, al
menos en aquellos tiempos -yo comencé en
1969- una capacidad comunicativa complementaria
que en mí probablemente se daba
de manera innata.
¿Cómo se produjo el salto al periodismo y a
la faceta de divulgador científico?
De forma casi inevitable. A la vez que la televisión,
siendo todavía meteorólogo del Ministerio
del Aire, comencé a colaborar en el Diario
Informaciones de Madrid, en un suplemento
de nuevo cuño sobre Ciencia y Tecnología, y
luego diariamente con temas de meteorología
y ciencia en general. Mi contacto diario con
la televisión, la prensa escrita, y muy pronto
también con la radio, me hicieron conocer
desde dentro y como buen aprendiz, el oficio
del periodismo durante años. Luego vinieron
muchas otras etapas: dirección de programas
de Televisión Española, redactor científico
del periódico El País, fundador y creador de
la revista CONOCER, productor de programas
de vídeo y televisión sobre ciencia, guionista
de exposiciones interactivas, director de museos...
Desde 1976, era funcionario excedente
de meteorología, y nunca volví. Son 41 años
de oficio continuo en estas lides, amén de 36
libros escritos sobre estos asuntos.
¿Qué es para usted la ciencia, más allá de las definiciones
académicas? ¿Hay que contemplarla
siempre desde una perspectiva dinámica?
La ciencia no es más que el resultado de la
curiosidad humana, esa que nos hace preguntarnos
constantemente por qué y cómo
son las cosas, cómo funcionan, qué ventajas
puedo obtener de conocer mejor lo que
me rodea. Los animales y las plantas no se
preguntan cosas; simplemente cumplen de
manera predeterminada y con poquísimas
variaciones lo que su mensaje genético les
ordena. Los seres humanos, gracias a la
curiosidad, hemos desarrollado una cultura
instrumental -la tecnología- e intelectual
-la ciencia, el arte- que nos ha ido proporcionando
ventajas notables sobre el entorno,
hasta el punto de prolongar de manera notable
nuestra longitud de vida, que inicialmente
no fue nunca muy alta.
La ciencia no es más que el resultado de la curiosidad humana, esa que nos hace preguntarnos constantemente por qué y cómo son las cosas, cómo funcionan y qué ventajas puedo obtener de conocer mejor lo que me rodea
¿Por qué España marginó a sus científicos o
al menos no los fomentó?
No siempre ha ocurrido, aunque en general
aquí ha predominado mucho más el espíritu
místico y artístico-literario que el pragmático
y científico-técnico; al contrario que
en otros países, especialmente los países
sajones. No supimos sacar ventaja hace ya
muchos siglos de la Escuela de Traductores
de Toledo y de la herencia que nos legó
la fecunda cultura árabe. Luego perdimos,
en cierto modo, el tren de la revolución tecnológica
que se inició con la máquina de
vapor en Inglaterra y posteriormente en
otros países. Y ya en pleno siglo XX, amén
de las dos guerras mundiales, nuestra propia
Guerra Civil tampoco ayudó mucho al
desarrollo científico español. Quizá en el
siglo XIX perdimos una oportunidad maravillosa.
Hubo un inicio de eclosión científica
apasionante, por ejemplo en Valencia,
donde comenzó su brillante carrera el médico Santiago Ramón y Cajal, y en otras
universidades importantes. Pero luego, el
siglo XX frustró casi todo ese impulso. Y
los mejores científicos iniciaron su carrera
aquí, pero acabaron brillando fuera; no
sólo “nuestro” Premio Nobel de Medicina
de 1959 Severo Ochoa, sino muchos otros
que, sin llegar al Nobel, han aportado lo
mejor de la ciencia española a otros países,
esencialmente a Estados Unidos.
En España siempre ha predominado mucho más el espíritu místico y artístico-literario que el pragmático y científico-técnico
A pesar de sus carencias, la ciencia en España
vive uno de sus mejores momentos,
asociada a la gran influencia que ejerce el
liderazgo científico norteamericano o las iniciativas
que se dan en Europa, pero ¿qué nos
queda para avanzar en todas las clasificaciones
cuantitativas y cualitativas?
Cada vez es más difícil hablar de la “ciencia
española”, o francesa, o lo que sea. La ciencia
se ha internacionalizado en los últimos decenios de una manera extraordinaria. Los
grandes trabajos, las publicaciones más relevantes,
rara vez –de hecho, nunca- llevan
sólo una o dos firmas, sino muchas. Por
ejemplo, la publicación de la secuenciación
de algunos genes humanos ha llegado a tener
hasta un centenar de firmas de científicos
de numerosos países que, todos ellos,
han aportado algo a dicha contribución. Lo
que muchos científicos españoles hacen en
Estados Unidos, sin ir más lejos, ¿es ciencia
española o americana? Los medios económicos
y materiales son de allí, desde luego,
pero lo que ellos aprendieron, lo que quizá
traigan cuando vuelvan –si vuelven-, lo que
en el fondo aportan al conocimiento de la
humanidad es universal. Ni siquiera solamente
americano… Avanzar más en este
terreno, para los científicos nacidos y formados
en España, implica pues un mejor contacto con el tejido investigador internacional.
Y una mejor imbricación en el tejido
productivo, básicamente el mundo empresarial
privado; algo que en España está muy
lejos de lo deseable.
No es malo que nuestros cerebros los exportemos, aunque si luego no regresan, lo que estaremos haciendo es formar buenos científicos y técnicos para que sus frutos los recojan otros países
Los presupuestos dedicados a los programas
científicos, y de I+D+i, siempre han sido calificados
de insuficientes. La falta de oportunidades
de los jóvenes investigadores redunda
en esa tremenda exportación de cerebros
que España experimenta. ¿Cómo se podría
cambiar esto?
Lo de insuficientes habría que matizarlo un
poco, porque la ciencia no ha de depender
sólo de los presupuestos públicos y de las
políticas de I+D+i. La empresa privada en
España ha sido, y sigue siendo aun en líneas
generales, muy reacia a investigar, a realizar
investigación aplicada por sí misma o
en colaboración con los centros públicos de
ciencia. Con todo, nuestras cifras de inversión
pública en este campo son más bajas
que los países a los que queremos parecernos,
y mucho más bajas aun en el caso
de la investigación privada. No es malo, por
otra parte, que nuestros cerebros los exportemos,
aunque si luego no regresan lo que
en realidad estaremos haciendo es formar
buenos científicos y técnicos para que sus
frutos los recojan otros países. En cuanto al
progreso de la ciencia como tal, da un poco
igual; pero cuando hablamos de cuestiones
económicas, evidentemente estamos ante
un mal negocio. Cambiarlo no es fácil; quizá
España forma demasiados científicos de
buen nivel para lo que su estructura científica,
técnica y empresarial es capaz de absorber.
Y eso lleva irremediablemente, al éxodo
de cerebros. Y más aun en un mundo en el
que cada vez más se fomenta el intercambio
internacional de este tipo de expertos.
Es curioso que cuanto más y mejor vivimos, menos riesgos estamos dispuestos a asumir
¿Qué papel tienen los científicos en la sociedad
y de quién es responsabilidad la divulgación
de la ciencia y de los contenidos
científicos?
Los científicos son los peones de una actividad
global de la humanidad que históricamente
nos ha ido permitiendo alcanzar
cotas cada vez más altas en bienestar y longevidad.
Ése es su papel, que es inacabable
y cada vez más inabarcable, aunque mal
comprendido por el resto de los humanos.
De ahí la enorme importancia de la divulgación,
que debe intentar tender algunos
puentes –todos sería tarea imposible- entre
lo que sabe la ciencia y lo que sabe la
sociedad. Divulgar ciencia no es cosa fácil;
en cierto modo, es una especie de tarea periodística,
como la de un corresponsal en el
país de la ciencia. Para conseguirlo, hay que
entender suficientemente bien ambos mundos,
el de la calle y el de los investigadores.
La divulgación es una forma de educación permanente e informal de todos los ciudadanos,
y ha de ser costeada por los poderes
públicos al igual que ya lo es la educación
formal o reglada. Y han de ejercerla aquéllos
que lo sepan hacer bien; da igual que
sean en origen científicos, periodistas o
profesores.
Sabiendo que el riesgo es el componente inevitable del progreso, el seguro se muestra como un sistema redistributivo y de compensación del daño
Una parte importante de la ciudadanía acoge
con enorme interés los resultados y desarrollos
de la investigación científica, base de
nuestro actual y futuro bienestar. ¿El apoyo
de la sociedad a sus científicos redunda en
una mayor participación presupuestaria?
Lo del apoyo de buena parte de la población
a la ciencia es cierto, al menos si uno se fía
de lo que los españoles responden en las encuestas.
Pero yo dudo mucho que esas respuestas
revelen el pensamiento profundo de
quienes así contestan. Se responde eso “por
quedar bien”, lo mismo que pasaba con los
documentales de La 2 de Televisión Española,
que eran los más interesantes de toda la
programación, pero nadie los veía. Este apoyo,
cuando se traduce en dinero, siempre es
mucho más matizado. Y por eso no es raro
que al final los políticos dediquen poco dinero
a la ciencia.
¿Cuál es su percepción sobre los riesgos?
¿Qué se podría hacer en materia de divulgación
científica sobre los riesgos y sus consecuencias?
¿Qué opina del seguro?
Es curioso que cuanto más y mejor vivimos,
menos riesgos estamos dispuestos a asumir.
Es más, más miedo tenemos a que nos ocurran
cosas malas, hasta el punto de que incluso
nos las inventamos. Pero es obvio que
no existe ninguna actividad que implique un
riesgo cero; ése es un mito que nos han aireado
a veces los ecologistas, al exigir, por
ejemplo, que ciertas actividades industriales
no presenten riesgo alguno. Y sabiendo,
pues, que el riesgo es el componente inevitable,
incluso necesario, del progreso, parece
obvio que estemos dispuestos a hacer todo lo
posible por minimizarlo y, por otra parte, que
intentemos compensar el daño si se produce
–algo siempre posible- mediante algún sistema
redistributivo del riesgo y la compensación.
Como por ejemplo, el mundo del seguro.
En el caso de la ciencia y sus progresos,
pero también en todos los demás órdenes de
magnitud de la vida cotidiana.
La Ciudad de las Artes y de las Ciencias de
Valencia es un proyecto único en el mundo
y en todo caso, ha sido el primero. En
el caso concreto del museo que dirige,
¿cómo se concibió? ¿Cuál ha sido su misión?
¿Qué desarrollo tendrá en el futuro?
¿Qué legado espera dejar?
La Ciudad de las Artes y las Ciencias lleva en
su propio nombre su filosofía: sólo una cultura,
que integra a las ciencias y a las artes.
Desde ese punto de partida, cada elemento
representa una parte de esa cultura integral
que defendemos: la ópera, el ballet y la
música de cámara en el Palau de les Arts, la
divulgación científica interactiva y el debate
en torno a la Ciencia, la Tecnología y el Medio
Ambiente en el Museo de las Ciencias;
la divulgación naturalística, esencialmente
acuática, en el Oceanográfico; la divulgación
artística, documental, exploradora e innovadora
en cuanto al mundo audiovisual en el
Hemisferic; la integración del arte escultórico
moderno en el paisaje urbano ajardinado
en el Umbracle. Todo ello albergado en edificios
de imponente arquitectura, obra del
valenciano Calatrava –él sí es profeta en su
tierra- y con una permanente renovación de
contenidos que hacen que cada año visiten el
complejo unos cinco millones de personas.
Yo no aspiro a dejar legado alguno; como director
científico del conjunto, y antes director
del museo, mi idea es la misma: transmitir a
la ciudadanía elementos de interés y curiosidad
en torno al mundo de la cultura que puedan
ayudarles a comprender mejor el mundo
en el que viven y a disfrutar más de sus muchas
ventajas, combatiendo más eficazmente
sus también muchos inconvenientes.
www.cac.es
Tan sólo recordar que no habría tantos engañabobos si no hubiera tantos bobos a los que engañar. Y habría menos bobos simplemente con un poco más de cultura integral de la ciudadanía, una cultura que debe ser propiciada y fomentada por los poderes públicos y también la iniciativa privada. Porque todos saldremos ganando si planteamos esa batalla correctamente.